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©Gaudencio Rodríguez Juárez*
Jueves 18 de febrero de 2021
Aquellos que pueden ver el dolor sin sentirse conmovidos, pronto aprenderán a causarlo.
– Mary Wollstonecraft
Escribió Elias Canetti en una de sus notas incluidas en su Libro de los muertos: “Por nada del mundo quisiera verme privado de mi sensibilidad frente al horror de la muerte, he pensado que si consiguiera vivir siempre con este horror acabaría adoptando la actitud más apropiada para el hombre: la que mantiene despierta la esperanza de vencer del todo a la muerte y no conduce nunca a la resignación ante ella”.
Las palabras de Canetti me remiten al tema de la violencia que hoy padecemos, violencias de todo tipo, en todos los entornos. Desde guerras y guerrillas hasta manifestaciones de abuso en las relaciones de pareja, entre pares, entre padres e hijos.
Violencia de género, política, económica, sexual, religiosa, bullying, mobbing, cibernética, etcétera, invaden la vida cotidiana, son parte del paisaje. Por lo mismo, normalizado. Los procesos psicosociales que la facilitan están identificados: invisibilización, naturalización, insensibilización y encubrimiento.
No es que la violencia sea invisible, es la falta de herramientas conceptuales que permitan identificarla y hasta tomarla como objeto de análisis y de estudio lo que termina por mantenerla a la sombra.
El conjunto de operaciones permisivas que llevan a aceptar los comportamientos violentos como algo normal, legítimo y permitido en la vida cotidiana es la vía para su naturalización. Y si a esto le agregamos la gran producción y difusión de contenidos a través de las pantallas, los espectáculos, juegos y juguetes sin que medie la reflexión sobre dichos contenidos, entonces la violencia no sólo se vuelve natural sino hasta fuente de diversión. “Leer el diario por la mañana es, también, impregnarse bien temprano de los patrones de violencia social en que estaremos inmersos hasta irnos a dormir por la noche”, dice la especialista en el tema, Graciela Peyrú.
Es la exposición a altas dosis de violencia lo que provoca que el individuo se vuelva cada vez menos sensible. Algunos investigadores calculan que un joven estadounidense promedio habrá visto 200 mil actos de violencia en la televisión, incluyendo 16 mil asesinatos, antes de cumplir 18 años, e infinidad de niños y adolescentes habrán matado infinidad de personajes en sus videojuegos bélicos. El problema es que la predominancia de acciones violentas en la vida de las personas genera un efecto similar al de la tolerancia a la droga que ocurre en las adicciones, es decir, se requieren de dosis cada vez más grandes de violencia para producir algún efecto o reacción.
El encubrimiento de la violencia es una práctica recurrente sobre todo en las organizaciones, instituciones y espacios laborales donde se pretende exista una convivencia sana: escuelas, empresas, oficinas, etcétera. Cuando mantener el “prestigio de la institución” es una prioridad sobre la vida de las personas, el mobbing, el bullying y otras violencias se encubren.
Invisibilización, naturalización, insensibilización y encubrimiento, pues, son mecanismos sofisticados y peligrosos a través de los cuales la violencia termina legitimada, aceptada e integrada a la vida de las personas. Mecanismos que aniquilan el horror de la violencia. Entonces ya no existe reacción, ni horror, ni indignación al ver que un papá o una mamá castigan física y verbalmente a su pequeño hijo o hija en plena plaza pública, cuando el hombre acosa en la calle a la transeúnte, cuando el director insulta a su colaborador en el ámbito de trabajo, cuando el gobernante o el político agrede a los manifestantes, cuando el empresario sigue explotando a hombres y mujeres con sus contratos abusivos, cuando una manada de hombres viola a una mujer, etcétera. Entonces todo está perdido.
Si el horror de la muerte permite tomarse en serio la vida, probablemente el horror de la violencia motivaría la búsqueda de la paz. Me encantaría que como sociedad parafraseáramos a Canetti diciendo:
“Por nada del mundo quisiera verme privado de mi sensibilidad frente al horror de la violencia, he pensado que si consiguiera vivir siempre con este horror acabaría adoptando la actitud más apropiada para los seres humanos: la que mantiene despierta la esperanza de vencer del todo a la violencia y no conduce nunca a la resignación ante ella”.
Que nunca deje de conmovernos el dolor del prójimo, sobre todo el que es resultado de la violencia de otro prójimo.
* Psicólogo / [email protected]
Foto de portada: Rad Dyrus (@radcyrus) / Unsplash.
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