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©Gaudencio Rodríguez Juárez*
Jueves 4 de octubre de 2018
Violaciones tumultuarias de niñas y mujeres en la India. Del total de 24.270 casos de violación denunciados en 2011, que según los funcionarios de UNICEF son sólo la punta del iceberg, un 30 por ciento se cometieron contra niñas de 18 años de edad y menos, incluidos lactantes.
En los bares mexicanos se alquilan bebés menores de seis meses para que sean utilizados por los adultos para hacerles sexo oral, cuyas escenas pornográficas están plasmadas en fotografías y videos en posesión de la Agencia Federal de Investigación (AFI), como evidencia del grado alcanzado por el comercio sexual en el país (La Crónica de Hoy, 10 de febrero de 2013).
Las niñas mexicanas vírgenes de 12 años, son vendidas a los burdeles españoles en 25 mil dólares, pero si se trata de pequeñas indígenas bellas, el precio aumenta, pues los “clientes” las cotizan como un atractivo adicional (Teresa Ulloa, directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe).
En Guanajuato un sujeto abusaba sexualmente desde hace mucho tiempo de una niña que hoy tiene 16 años y tiene un hijo de ese hombre, el cual, se dice, también abusaba de sus hermanas menores.
En cualquier ciudad abren un centro nocturno (con nombres elegantes, por ejemplo, Men’s Club) justo en medio de una serie de guarderías y escuelas primarias a donde asisten bebés, niñas y niños, y lo promociona con imágenes que invitan explícitamente al consumo sexual.
El consumo sexual que hoy por hoy rebasa el comercio de mujeres y adolescentes, pues ahora también se trata de infantes y bebés, lo constituye una cadena de corrupción (mayoritariamente de hombres): tipos que secuestran niñas y adolescentes, tipos que las alquilan o venden, tipos que las consumen, tipos que aplauden la “proeza” del consumo de sus congéneres, tipos que facilitan el negocio en una sociedad que sólo mira y casi siempre calla, o que muchas veces cierra los ojos para no mirar, con autoridades omisas, indecisas en su actuar, lentas, muy lentas.
Sucede en nuestra región, sucede en el mundo. Es un problema generado por las prácticas sexuales de los hombres que detona múltiples preguntas: ¿Qué hay en las cabezas y en los corazones de esos tipos? ¿Por qué tales prácticas sexuales? ¿Por qué pagar, rentar o apropiarse de los cuerpos de las mujeres, aun muy pequeñas? ¿Por qué no meterse con una (o uno) de su tamaño, es decir, por qué no establecer una relación sexual consensuada entre pares, entre adultos? ¿Por qué la violación en grupo?
La ciencia tiene ciertas respuestas. Pero una palabra que a mi parecer atraviesa a todas las preguntas anteriores es: cobardía. Cobarde, según la Real Academia Española significa pusilánime, sin valor ni espíritu.
Sí, la falta de valor obliga a violar en bola, en grupo. El miedo y la falta de habilidades sociales y de seducción impide el acercamiento a una mujer (o a un hombre) para establecer una relación de pareja; la falta de valor para recibir un no por respuesta por parte de la segunda es lo que incita al primero a redirigir su deseo hacia una persona fácil de poseer: una niña (o un niño); el miedo a las relaciones adultas, la carencia de madurez emocional y de valor llevan al individuo al uso de su pequeña potencia que sólo puede poner en marcha y amplificarla ante una persona vulnerable, indefensa, dependiente.
La imposibilidad de consolidar una sexualidad madura y una personalidad plena, es la condición necesaria para desviar la pulsión sexual hacia un destino ilegal, dígase violación, abuso, explotación sexual infantil, trata, generando mucho dolor y daño a las víctimas y a sus familiares y amigos.
Para tomar por víctima a una niña (o a un niño) hay que tener poco corazón y mucho miedo, miedo que en una cultura como la nuestra suele disfrazarse de valentía, bravuconería y virilidad (!).
Este tipo de prácticas basadas en el abuso de la fuerza no son signo de virilidad, de hombría, sino de decadencia masculina, de machismo total. No son signo de vida, sino de muerte. Parece obvio. Parece que sobra decirlo. Pero no. La realidad exige ser nombrada.
* Psicólogo / gaudirj@hotmail.com
Foto de portada: Pixabay.
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